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Estrellas en Colisión - Capítulo 12

Emboscada



Kirk ingresó al puente de mando de la Enterprise, seguido por Sulu y Spock.

“Scott se transportó hace unos minutos desde una nave Klingon, señor”, reportó Uhura. “Trajo consigo lo necesario para reparar los motores y ya tiene a su equipo trabajando en ello”.

“Señor, permítame regresarle el mando de la nave”, dijo Sulu, invitándole con un gesto a acomodarse de nuevo en la silla del Capitán.

“Gracias, señor Sulu. Siempre es bueno estar de vuelta”.

Cumplida su misión, Sulu regresó al lugar donde realmente se sentía cómodo, frente a la consola de navegación de la Enterprise.

“Capitán”, dijo Spock llamando la atención de Kirk. “No veo registro del abordaje de Kemra”.

“Eso es porque permanece todavía abordo de la nave Klingon”, respondió Uhura. “Según informó, la nave no está en condiciones de realizar un salto al hiperespacio, así que va a detonarla para que su tecnología de camuflaje no pueda ser usada por el Imperio”.

“Es una lástima, nosotros también podríamos aprovechar esa tecnología. Pero tiene razón, es mejor no correr riesgos”, acotó Kirk.

Repentinamente, las máquinas de propulsión de la Enterprise ronronearon, haciendo vibrar toda la estructura de la nave. La potencia del reactor, amplificado por las modificaciones de Kemra, se hicieron sentir con fuerza. En contraste, era casi imperceptible la vibración producida por los viejos reactores materia/antimateria, usados para alimentar los escudos y las armas de la nave. El intercomunicador anunció casi de inmediato una llamada de Scott, quien dejó constancia explicita de que las reparaciones habían concluido con éxito.

“¡Gracias, Scotty!”, respondió Kirk al escuchar su reporte. “Señor Sulu, gire la nave de cara al espacio abierto... Uhura, póngase en contacto con Kemra y dígale que regrese. Es hora de volver a casa”.

La maniobra no pasó desapercibida para la tripulación del Avenger. Needa, que continuaba de frente a una de las ventanas del puente, fue de los primeros en percibir el movimiento en la nave intrusa.

“Que los artilleros se preparen”, ordenó. “Si intentan escapar, van a llevarse una gran desilusión”.

Concentrado en impartir órdenes a la tripulación, Needa no escuchó los pasos que se acercaban, pero el resoplar producido por la respiración forzada a través de su máscara, delató la presencia de Darth Vader a sus espaldas.

“Que nadie abra fuego”, fue la contraorden de Vader. Needa quiso protestar, pero no se atrevió. No tenía las agallas para hacerlo. Nadie en el Imperio, aparte del Emperador, podría esperar seguir viviendo luego de protestar una orden suya.

“Sus armas están apuntándonos”, informó Spock. “Sin embargo, no parecen tener intención de disparar, Capitán”.

“Algo se proponen, pero con otra poca de suerte, estaremos lejos para cuando lo hagan. Uhura, ¿ya está a bordo Kemra?”

“¡Capitán!”, exclamó Chekov antes que Uhura pudiera responder. “¿Es real esa cosa?”

Todos en el puente miraron hacia la pantalla frontal. Afuera, podían verse estrellas, aunque no tantas como antes. La mayor parte del panorama era opacado por la presencia de un objeto recién salido del hiperespacio, una nave tan grande que hacía ver al Destructor Estelar a sus espaldas como un obstáculo insignificante. A bordo del Ave de presa Klingon, Kemra no pudo disimular su sorpresa.

“¡Un Superdestructor Estelar!”, exclamó.

Las alarmas de la Enterprise ordenaban a cada oficial y civil abordo adoptar posiciones “seguras”, lo cual significaba, que todo aquel prescindible para la operación de la nave debía acudir a la habitación refugio más cercana y esperar el desenlace, cualquiera que fuera.

“De la vuelta, señor Sulu”, ordenó Kirk.

“Pero Capitán, el Destructor nos obstruye el paso”, replicó el teniente.

“Lo sé”, respondió. “Pero tendremos más oportunidad enfrentándolo, que batiéndonos contra esa monstruosidad de acorazado”.

Una llamada desde la nave Klingon fue anunciada por Uhura. La imagen de Kemra se proyectó en la pantalla frontal. Se le veía calmado, como de costumbre.

“Capitán, un duelo con cualquiera de ellos resultaría mortal para la nave. ¿Tiene los planos del Destructor, tal como acordamos? Si es así, quizás podamos intentar algo diferente. Como un amigo mío solía decir: existen otras alternativas”.

Una caja metálica se materializó cerca de los estabilizadores del reactor que alimentaba los poderosos motores del Destructor Estelar Avenger. Su contenido era el núcleo de un torpedo de protones de baja intensidad, modificado de forma improvisada con un temporizador ajustado a unos cuantos segundos. En cuanto el conteo llegó a ceros, el artefacto detonó. El daño causado por la explosión hizo que el reactor rápidamente alcanzara masa crítica y amenazara con destruirse. Las alarmas de evacuación no se hicieron esperar y el pánico cundió en toda la nave.

“¡Maldición!”, exclamó Needa. No podía creer que esto estuviera sucediendo. ¿Cómo era posible que las cosas se estuvieran saliendo de control tan rápido? Dio instrucciones de evacuar a todo el personal que no fuera requerido para contener la situación.

“Que todos desocupen el puente de mando, Capitán. Acompañe a los técnicos y asegúrese que reparen ese reactor”, ordenó Vader serenamente, sin dar señales de planear moverse de su sitio.

“Como usted ordene, Lord Vader”, fue la sumisa respuesta de Needa, aceptada esta vez sin reparos. Hizo un gesto a los hombres en el puente y salió junto con ellos. “No voy a perder esta nave”, se dijo.

Alertados por la inesperada secuencia de eventos, los cañones del Superdestructor fueron apuntados hacia la Enterprise. La potencia de fuego combinada de esos cañones sobradamente podría vaporizar la nave, pero no tuvieron tal oportunidad. Ninguno de sus sensores pudo detectar el camuflaje de la nave Klingon, que invisible a los ojos de humanos y maquinas, se posicionó de forma estratégica cerca de las gigantescas toberas del Superdestructor. Antes de teletransportarse, Kemra la programó para acercarse aún más antes de autodestruirse. La explosión sirvió para desestabilizar la nave, de forma que les hizo imposible a sus pilotos el poder maniobrarla de forma efectiva durante varios minutos, reduciendo su efectividad para restringir el escape de la nave alienígena que flotaba entre ellos y el Destructor Avenger.

La Enterprise tenía ahora vía libre para escapar.

“Buen trabajo. Señor Sulu, ¡vamos a casa!”, ordenó Kirk.

“Un momento Capitán”, dijo Spock con un dejo de alerta en su voz, algo poco común en un vulcano. “Los sensores registraron actividad de los tubos de teletransporte de la nave Klingon, pero me temo que Kemra no se encuentra a bordo de la Enterprise”.

“Que no…”, Kirk no podía salir de su asombro. “Si no está aquí, ¿a dónde diablos se teletransportó?”

Kemra no conseguía acostumbrarse al cosquilleo en manos y plantas de los pies, como tampoco a la sensación de nausea causada por la desorientación momentánea de los sentidos luego del viaje de sus moléculas a través del vacío del espacio. En cuanto se hubo materializado, busco entre sus ropajes y sacó de ellos un tubo metálico. Lo había llevado consigo todo el tiempo y se las amañó para no perderlo mientras estuvieron en Imraad. Una que otra vez estuvo tentado a usarlo, pero decidió que era mejor mantenerlo como una última opción. Esta era esa “última” opción.

“La Fuerza está contigo, Kemra. Aún después de tantos años, todavía te acompaña”, escuchó decir a una voz artificial, proyectada desde el fondo del puente de mando. “Te creí muerto hace mucho. Dime, ¿por qué has regresado?”

Kemra caminó hacia el lugar de donde venía la voz. Vio una silueta enorme y luego un haz de luz rojo que se proyectó desde su mano derecha, era un sable de luz, el arma tradicional de los Jedi y los Sith.

“He venido a poner fin a tu reinado del terror, Anakin”, respondió Kemra. Había sentido el llamado y había acudido. Estaba cansado de huir, iba por fin a confrontar a su antiguo compañero de armas. Accionó un control en el tubo metálico que portaba y un haz de luz azul claro surgió de él. Por vez primera en muchos años, su sable de luz cobraba vida. Adoptó su posición de defensa y esperó.

“Anakin murió en Mustafar. Obi-wan lo asesinó. Ahora sólo queda Darth Vader”, replicó el señor del Sith, avanzando amenazante.

Los sables de luz chocaron y destellos de luz salpicaron el piso del puente de mando. Kemra fue quien avanzó a la ofensiva y Vader se limitó a rechazar sus embestidas, una y otra vez. Por un breve instante, Kemra creyó tener una oportunidad, pero se dio cuenta tarde de su error. Estaba demasiado viejo y fuera de forma y su sentido común se vio nublado por la euforia del éxito de su reciente incursión en Imraad. Viejo tonto, no era rival para Vader, ahora lo sabía. Ahora era él quien difícilmente conseguía rechazar sus embestidas.

“Este es el final de tu camino, Kemra. Y tu destino será morir en mis manos, de la misma forma en que murió Obi-Wan”, se jactó Vader.

Aquella sorpresiva revelación hizo que Kemra se congelara y descuidara sus bloqueos mentales, permitiendo que sus memorias inundaran su mente con los recuerdos de aquella última vez, que estuvo con su buen amigo, Obi-wan…

“El pequeño Luke es nuestra última esperanza. Si el emperador se entera de su existencia antes de que esté listo para enfrentarlo, todo estará perdido”, escuchó decir a Obi-wan. “Por favor Allec, olvida todo sobre ese niño. Olvida todo sobre el hijo de Anakin Skywalker…”

“¡Mi hijo!”, exclamó Darth Vader con sorpresa. Al igual que Kemra antes, Vader se congeló. Palpatine le había dicho que su hijo y su esposa habían muerto. El muy maldito le había mentido. Obi-wan le había mentido. Su hijo había sobrevivido y ahora le quedaba muy claro todo. Aquel piloto en la Estrella de la Muerte, el que escapó de sus garras, el que tuvo la Fuerza a su favor, tenía que ser él. Aquel piloto no podía ser otro que su hijo… Luke Skywalker.

Kemra reparó en lo estúpido que había sido al dejar que sus pensamientos y emociones de pena y dolor lo traicionaran. Sin proponérselo, acababa de revelar un secreto que había jurado llevar consigo a la tumba. “Maldita sea”, fue lo único que atinó decir.

Se lanzó furioso contra Vader. Nuevamente las espadas láser chocaron y fuertes destellos se produjeron. Se movieron por los corredores del puente, esquivando, arremetiendo, enzarzados en una danza mortal que se cambiaba levemente la coreografía al vaivén del escenario. Bajo circunstancias normales, Kemra no habría sido rival para Vader, pero el poco tiempo tomado por el señor del Sith para su recuperación compensaba la diferencia de edades, emparejando un poco la pelea. Sólo un poco.

Ayudado por sus poderes, Vader empujó al viejo Jedi y lanzó una estocada que consiguió herirlo en un costado, haciéndolo caer. Finalmente, Kemra estaba a merced de Vader, no quedaba más que esperar el golpe final.

“Ahora por fin, la purga será completa”, dijo Vader, sosteniendo su sable de luz frente al rostro de Kemra. “Con tu muerte, la orden de los Caballeros Jedi finalmente desaparecerá y quedará condenada al olvido eterno”.

Vader levantó el sable con sus dos manos, dispuesto a asestar el golpe fatal con todo su poder. Nada más importaba. Tan confiado estaba, que no prestó atención a una ligera perturbación producida por la materialización de un puñado de electrones que dieron forma a una figura humana. El desconocido disparó su arma y Vader tuvo que cambiar su ataque a mitad de camino para desviar el laser con su sable de luz. Ese momento de distracción fue aprovechado por Kemra, quien canalizó la Fuerza en un empujón que envió al señor del Sith a varios metros de distancia, golpeándolo contra un tablero de comandos que se hizo añicos con el impacto.

“¡Kemra!”, dijo Kirk mientras ayudaba a levantar al viejo jedi. “No sé qué está pasando aquí, ¡pero nos regresamos ahora mismo!”.

“Capitán, no debió venir por mí. Es demasiado arriesgado…”, dijo Kemra con la voz apagada. La herida causada por el sable de luz era bastante profunda.

“¡Tonterías!”, replicó Kirk sosteniéndolo con un brazo. “Eres un miembro más de mi tripulación, Allec. No nos iremos sin ti”. Activo su intercomunicador y ordenó: “¡Transpórtenos!”

Los dos comenzaron a energizarse. Pero entonces, algo ocurrió. Un dolor como nunca antes había sentido, hizo que Kirk dejara escapar un grito de agonía. Sintió su cuerpo desmembrarse conforme sus moléculas eran jaladas por los sistemas de teletransporte de la Enterprise, mientras al mismo tiempo eran jalonadas hacia el puente de mando por Darth Vader, quien haciendo uso de la Fuerza, les impedía escapar.

“Lo siento, Capitán. Pero me temo que no podré hacer el viaje de regreso con ustedes”, murmuró Kemra. “Larga vida y prosperidad”.

El viejo Jedi hizo un ademán y con ayuda de la Fuerza, consiguió apartarse del chorro de electrones que formaban el túnel por el que debían viajar hasta la Enterprise. Se puso de pie, levantó su sable de luz y esperó por Vader. El señor del Sith liberó su agarre sobre el otro invasor y de un salto, alcanzó a Kemra con su sable. Fue todo.

En la sala de transporte de la Enterprise, un adolorido James Kirk finalmente se materializó.

“Jim, ¿estás bien?”, preguntó Spock.

Lamentablemente, el Capitán estaba casi en shock. Atendiendo al llamado de Spock, McCoy llegó en la sala y lo revisó. Inmediatamente ordenó llevarlo a la enfermería. Era la primera vez que veían algo como esto pasar. En los tubos de teletransporte estaban apareciendo Kirk y Kemra y de pronto, se quedaron allí, suspendidos a medio materializar. Todos en la sala escucharon al Capitán gritar de dolor, así como las palabras de Kemra. Al igual que antes, Spock solicitó que escanearan el puente de mando del Destructor pero esta vez, las lecturas de los sensores no dieron buenas noticias. No había señales de vida de Kemra.

“Señor Spock, sé que no necesito recordárselo, pero de acuerdo al reglamento de la Federación, si el Capitán de la nave queda incapacitado para dirigir, el Primer Oficial debe tomar el mando”, dijo Uhura por el intercomunicador. “¿Qué ordena, Capitán?”

Mientras los técnicos imperiales le daban al Capitán Needa la buena noticia de que el daño del reactor estaba bajo control, el Avenger se estremeció una vez más. Esta vez, la fuerte vibración fue causada por la turbulencia producida por la Enterprise al pasar a su lado a alta velocidad. Inmediatamente, Needa ordenó a los técnicos rastrear la nave, pero todo esfuerzo resultó inútil.

La nave había entrado al hiperespacio… o más allá.

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